Una de las bocacalles que da a lo que fue el convento de Santa Catalina (hoy en día reconvertido en mercado que con sus cúpulas ondulantes intenta recordarlo) es la calle Gombau. Aunque, en otros tiempos fue mejor conocida por el escalofriante nombre de la calle de las Brujas porque allí vivieron una madre y su hija sospechosas de realizar sortilegios poco ortodoxos. De hecho, fueron juzgadas por el Tribunal de la Santa Inquisición. Casualmente durante la Edad Media la sede de tan temida institución religiosa estaba en el próximo convento de Santa Catalina perteneciente a la orden de los Dominicos. Cuando el rey no estaba en la ciudad y abandonaba el palacio del Real, el Tribunal se establecía allí hasta el regreso del monarca, instalándose definitivamente allí en el siglo XVI, cuando el rey de Castilla y Aragón se trasladó a tierras castellanas. Desde entonces la Inquisición habitó el Palau Reial Mayor (Palacio Real Mayor) en la Real Plaza, hoy plaza del Rey, hasta su desaparición en algún año de 1800.
Pero, volvamos al juicio de la madre y la hija acusadas de hacer tratos con el diablo. Hay que reseñar la brujería estaba castigada por la Inquisición por incluirse en el capítulo de las supersticiones. Pero ¿en qué se basaban los inquisidores para señalar a cualquier mujer de relacionarse con Belcebú? Pues en antiguos manuales se enumeraban las posibles razones, como, por ejemplo, marcas en forma de garra firmada por el demonio en el ojo izquierdo, cicatrices en la espalda parecidas a las garras de un gallo o un conejo, evidencias de haber copulado con el diablo en apariencia de un macho cabrío. También contaba tener varios pezones en los pechos, que servían para dar amamantar a sus cachorros tenidos con el maligno y, para terminar poseer cortes y/o pinchazos repartidos por el cuerpo.
No sabemos si las citadas vecinas de la calle Gombau cumplirían con alguno de estos requisitos, de lo que no hay duda, según cuentan las crónicas, es que acabaron ardiendo en la hoguera a la vista de devotos espectadores entre insultos y afrentas. Fue el punto final de la humillación que sufrieron estas mujeres, tras haber sido paseadas Boria Avall,(Boria abajo) un paseo llamado así que recorría algunas calles de la ciudad (también la de Bória, de ahí su nombre) que realizaban montadas en un borrico para escarnio público. Para mayor vergüenza, llevaban vestimentas amarillas y un capirote en la cabeza estampado con lenguas de fuego que simbolizaba que morirían quemadas para escarnio público. Como refleja uno los cuadros de la serie Caprichos de Francisco de Goya.
En el episodio que nos ocupa, se cuenta que una de las brujas en pleno tormento gritaba: ¡ay, ay, mare de Dèu de la Parra, j’ho diré, trauen-me d’aqui (Ay, ay, Virgen de la Parra, j’ho diré, sáquenme de aquí). Dicen algunos que aquella Virgen dio lugar al nombre de la calle que, desde entonces, fue conocida así, aunque otros no creían aquella versión. Sea como fuere, con el tiempo, en la misma vía se estableció una acomodada familia, los Gombau, y el anterior nombre de la Virgen de la Parra finalmente fue sustituido por el actual de Gombau.
Bibliografía:
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Historia de los nombres de las calles de Barcelona, volumen II, Federico Pérez Morata. Editorial Fenicia. Barcelona, 1971.
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Fantasmas de Barcelona, Sylvia Lagarda-Mata, Angle Editorial. Barcelona, 2010.
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